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Cinco centavitos de felicidad

Este equipo ya logró algo mejor, nos dio con qué comprarle a la vida cinco centavitos de felicidad.

 

Hace veinte años (que no son nada), nadie le pedía a la Selección Colombia cumplir la malhadada profecía de Pelé. No esperábamos ver a nuestro capitán levantar la Copa Mundo sobre su frondosa cabellera, pero sí ansiábamos una presentación digna, acorde con nuestro fútbol, que demostrara que si bien el 5-0 a los gauchos fue un asunto sui géneris, no fue un chepazo.

 

Hoy tampoco le estamos pidiendo el campeonato mundial a la Selección, aunque se vale soñar. Pedimos una presentación digna, que pague esa vieja deuda del 94, cuando llegamos de favoritos y nos eliminaron de primeros, con lo que todos los sueños terminaron con la pesadilla de un funeral.

 

Para Colombia, el verdadero Mundial comenzó el sábado, ante Uruguay, y lo que venga es ganancia. Ya ganó cuatro partidos en línea, lo que es todo un éxito en torneos cortos, donde no hay margen de error. Pero lo más seguro es que la Selección siga adelante no solo porque el Scratch no es el equipo invencible de otras épocas, sino porque Colombia es la mejor selección del Mundial y porque esta es una nueva generación de deportistas –llena de Nairos, Rigos, Marianas y Catherines–, a los que solo les gusta ganar y que no se conforman con poco.

 

Estos no son de esos futbolistas de otras épocas, que salían a la cancha a pedirles autógrafos a rivales famosos o que eran presa del pánico y los nervios con resultados escatológicos. Ni son de los que vivían de un escándalo en otro, entre líos de faldas, malas amistades, consumo de sustancias y demás. No, estos muchachos tienen otra mentalidad; los de antes tenían talento y capacidades, pero carecían de la disciplina y el profesionalismo de los de hoy.

 

Además, siempre se dijo que a nuestros deportistas les hacía falta mucho roce internacional, tanto en lo deportivo como en lo personal. Y eso hace rato se viene subsanando con un incremento notable en el apoyo económico, tanto estatal como privado, por lo que tenemos una generación que, desde niñitos, está montada en un avión, compitiendo por todo el mundo, conociendo otras culturas y abriéndose paso en esa élite.

 

Los jugadores de esta Selección han participado en cuanto torneo existe en todas las categorías, han jugado desde chicos en ligas extranjeras para equipos de renombre, son protagonistas de los más importantes torneos continentales y devengan sumas estratosféricas. Tienen más experiencia que la que acumuló en toda su carrera cualquiera de las estrellas de hace dos décadas. Y, sin escándalos, unos colombianos dignos de imitar.

 

Con todo, este caso de éxito no hubiera cuajado si la Federación no admite a tiempo que era necesario contratar a un técnico extranjero, que no se dejara manosear de los medios y de comentaristas que se creen dioses, de las fanaticadas regionalistas, de jugadores insolentes, de los mercaderes del fútbol y hasta de los mismos directivos que decidieron su contratación. Y aquí sí que se alinearon los astros porque para encontrar un técnico de cartel (con títulos mundiales en la rama juvenil), con lazos afectivos con nuestro país (como exjugador del Medellín, con hija antioqueña), con el refinamiento de un lord inglés y que no fuera terco, confuso o conformista, se necesitaba la lámpara de Diógenes.

 

¡Y se nos apareció la Virgen! Tenemos en James a uno de esos genios que frotan la lámpara y cualquier cosa pasa.
El deporte es fuente de las más sanas alegrías, aunque algunos no sepan celebrar. Un bálsamo que repara las penas de la gente. Siempre nos quedan faltando los cinco centavitos para algo grande, pero –parodiando la canción del ‘Chinche’ Ulloa– este equipo ya logró algo mejor, nos dio con qué comprarle a la vida cinco centavitos de felicidad. Gracias, muchachos.

 

FUENTE: El Tiempo