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Cómo será lo que vio el mayor Ospina…

Veremos los diagnósticos sobre los orígenes de la violencia en Colombia y qué incluye la ‘verdad’.

Cuando se fundó la Comisión de la Verdad, se pactó en La Habana que a sus miembros los escogería un comité compuesto por tres representantes de las Farc, tres del Gobierno y tres conjuntos. Como si las Farc fueran la mitad del país y la otra mitad, el resto de nosotros. No. Este país no vivió una guerra civil con las Farc que lo tuviera partido por mitad. Esa fue la falsa verdad sobre la cual se construyó nuestra Comisión de la Verdad. Y se suponía que los 11 elegidos serían “neutrales”. ¿Neutrales?

Si en Colombia se acabó la historia en el pénsum de los colegios, fue por la absoluta incapacidad de los colombianos de ponernos de acuerdo en una verdad neutral de los hechos, que no indignara a una mayoría. Difícilmente, entonces, podríamos tener acordada cuál es la verdad neutral que buscamos en la Comisión de la Verdad.

Muchos filósofos se pasaron buena parte de sus vidas buscando el significado de verdad. Para Platón, estaba cerca de la felicidad; para Aristóteles, la verdad se da cuando surge en el alma una opinión verdadera y simultáneamente una acción recta. Descartes decía que cada cosa tiene una sola verdad absoluta, que es inalcanzable, y por eso estamos en manos de verdades relativas. Kant sostenía que la verdad era una perfección lógica del conocimiento. Hegel creía que lo verdadero era lo absoluto.

Nosotros nos quedaríamos cortos si nos contentamos, para simplificar, con que la verdad es la coincidencia entre una afirmación y unos hechos. Con frecuencia arrastra otros conceptos, como la honestidad, la buena fe y la sinceridad. Por lo tanto, la Verdad no tiene una sola definición. ¿Qué construye la verdad? ¿La verdad es subjetiva u objetiva?

Ninguna de estas dudas impidió que, dizque para establecer la verdad en el conflicto, pusiéramos a funcionar esta comisión ‘veritas’ o ‘veritatis’, cuyas conclusiones se nos darán a conocer en un mamotreto el próximo 30 de junio, acto que se aplazó hasta después de las elecciones, para restarle sospechas de politiquería.

Pero lo que nos contarán, inevitablemente, saldrá de lo que los 11 miembros de la Comisión afirmen que saben, piensan o sienten. Por eso no serán verdades absolutas, sino relativas; dependerán de principios valorados según la época, la cultura o el punto de vista.

Nos ofrecieron que la Comisión estaría a cargo de una verdad amplia, completa y equilibrada acerca del conflicto, como ingrediente del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición. A su cabeza se escogió al padre Francisco de Roux. Me gusta la definición de que el padre Pacho es “un santo de izquierdas”. Posee un carácter no beligerante, pero sí ideologizado. Y con la renuncia del mayor Carlos Ospina, único exoficial que fungía como miembro, se crea el hecho grave, gravísimo, de que muy improbablemente quede alguien que vele por la verdad de las víctimas pertenecientes a nuestras Fuerzas Armadas.

¿Por qué el mayor Ospina se aguantó cuatro años adentro y hasta ahora renuncia? Todo indica que se sintió incapaz de firmar la “verdad” como está proyectada. Ya veremos si en sus diagnósticos sobre los orígenes de la violencia en Colombia la “verdad” incluye que es un derecho legítimo que unos colombianos se alcen en armas contra el Estado y contra la inmensa mayoría de sus compatriotas.

Lo que sabemos es que el informe trae hallazgos, conclusiones y recomendaciones. Como la Comisión no tiene funciones judiciales, es de esperar que todo esto se plantee en una esfera civil, con base en unos criterios sobre los cuales no hay uniformidad. Para definir los hallazgos y las conclusiones, la Comisión se ha recostado en un experto en inteligencia artificial, Patrick Ball. Pero el entendimiento de una violencia de décadas, entre innumerables y bien distintos actores, no es un ejercicio mecánico.

En cuanto a las recomendaciones que hará el informe, la Comisión exigirá aún más acompañamiento internacional durante cuatro años para vigilar que se cumplan. Es decir, serán obligatorias. Pero darles carácter vinculante a las comisiones de la verdad ha sido un fracaso, porque atenta contra la separación de poderes. Una comisión de la verdad no puede obligar al Congreso a legislar, a la Justicia a fallar y al Ejecutivo a decidir, según sus instrucciones.

De la experiencia de otras comisiones de la verdad en el mundo se deriva que es mejor tener un mínimo de funciones, en lugar de muchas. La de Kenia no funcionó por exceso de ellas; pero la de Argentina sí, porque tenía una sola función: buscar a los desaparecidos.

Ojalá la del padre De Roux no haya caído en la trampa de tratar de hacer mucho, para terminar haciéndolo casi todo mal.

Entre tanto… En lo que menos se parece ‘Otoniel’ a Pablo Escobar es en la cárcel en la que les tocó pagar sus penas. Del resto, en todo.

MARÍA ISABEL RUEDA