Llama la atención que, al mismo tiempo que se hacen invocaciones a la unidad, se proclama la urgencia de grandes acuerdos, y se le envían mensajes públicos de todo tipo a la oposición, para que acuda presurosa a apoyar al Gobierno en sus esfuerzos en Cuba, se guarde un silencio clamoroso cuando los críticos plantean propuestas concretas dirigidas a construir consensos.
Este sorprendente patrón de comportamiento se ha dejado ver, otra vez, en los últimos días. Las reacciones iniciales del Centro Democrático, que se anunciaron así, como unas primeras preocupaciones frente al comunicado de 10 puntos que daba cuenta del acuerdo Santos-‘Timochenko’ sobre justicia, fueron objeto de todo tipo de descalificaciones.
A raíz de esas opiniones, y preguntas preliminares, se desató una escalada verbal contra la oposición, en la que han participado el Presidente, el Ministro del Interior y algún senador lenguaraz e irresponsable.
Resulta que haber planteado públicamente las inquietudes que se dieron a conocer era lo sensato y apropiado, porque después de la fiesta llegó muy rápidamente, el guayabo.
Sucede que al famoso acuerdo le faltan precisiones y desarrollos de importancia, lo cual prueba que el show mediático para anunciarlo estaba dirigido a recibir aplausos internaciones y votos el próximo 25 de octubre.
Fueron tan razonables los interrogantes que se formularon, que los juristas de los dos interlocutores tendrán que sentarse,nuevamente, a definir los asuntos pendientes.
La sociedad colombiana tiene, en esta coyuntura, una gran oportunidad. De lo que salga de La Habana sobre justicia, dependerá, en buena medida, que se cierre el capítulo o se empiece a escribir uno nuevo.
Lo primero será la consecuencia de que el acuerdo contemple la celebración de procesos reales, sentencias adecuadas y penas efectivas para los culpables de los delitos más graves, con castigos alternativos y disminución de aquellas. Lo segundo ocurrirá si el texto se dirige a garantizar la impunidad de hecho para los mismos, y a crear un tribunal especial en el que se pretenda derrotar judicialmente al Estado, que las Farc no pudieron vencer mediante el terrorismo.
Este momento de la vida del país, de cara a las decisiones que van a tomarse, se necesita sabiduría, paciencia, prudencia, serenidad, generosidad y una gran visión, es decir, una mirada que esté lejos de los pasajeros aplausos del presente.
Ya es hora de que se escuche y se responda a la propuesta de un gran consenso nacional en materia de justicia para la paz. No es esta la ocasión para un pequeño grupo de abogados. Es una oportunidad para Colombia, que requiere unir fuerzas y concertar visiones, a fin de que las Farc tengan claro que en la mesa de conversaciones en La Habana, buscando un futuro de paz y justicia, no está el Gobierno, sino toda la nación.
Usted tiene la palabra, señor Presidente.