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Contentarnos sí, arrodillarnos no

Es obvio que en el mediano plazo habrá que hacer lo posible para arreglar las cosas con Venezuela. A lo Pambelé, es mejor estar en paz que peleados con el vecino. Sin embargo, reabrir fronteras y normalizar relaciones con ese país no puede implicar bajo ninguna circunstancia ceder ante las presiones de los países de la Unasur, de su Secretario General y del dictador del caribe, Nicolás Maduro.

 

Este difícil episodio en el que nos encontramos con Venezuela debería dejarnos varias lecciones claras. Una de ellas es no creernos el cuento de que somos importantes para la región. Después de una prédica de más de cuatro años de que somos un país querido por todo el mundo, nos vinimos a dar cuenta de que estamos más solos que nunca y que un esquema diplomático que no incorpore la dignidad y la firmeza no es más que una farsa imposible de mantener cuando se presentan situaciones límites como las que ahora enfrentamos. Lo mismo pasará cuando estemos en la difícil etapa del posconflicto: todos los países que dijeron apoyarnos en el proceso de paz se esfumarán cuando tengan que poner plata para sostener ese esfuerzo o recibir reinsertados en sus territorios o brindarles apoyo efectivo a las víctimas colombianas. Estamos advertidos.

 

Lo segundo que deberíamos aprender es que con Maduro es preferible hablar claro y duro y tenerlo todo bajo firma que simplemente confiarnos con hipócritas estrechones de manos. Lo que pasó con los ‘acuerdos’ de la reunión de cancilleres y los posteriores desplantes del gobierno venezolano deberían ser un antecedente para que Santos piense dos veces si ir o no a una cita con Maduro y cómo manejar esa eventual reunión.

 

Finalmente, el gobierno no puede devolverse al manejo bilateral de la crisis fronteriza aunque el expresidente Ernesto Samper insista en esa posibilidad y se ofrezca de mediador al igual que lo han hecho países como Panamá, Argentina y Brasil. La violación de los derechos humanos –que es lo que realmente está ocurriendo en la frontera– es un asunto de todos y Colombia no puede renunciar a que organismos multilaterales aborden esta situación simplemente por el mal manejo que le dieron a la votación en la OEA la ministra María Ángela Holguín y el embajador Andrés González. ¡Para salir bien librados de esta crisis definitivamente tendremos que quitarnos las rodilleras!