El gobierno, acorralado por la caída de la imagen de Santos por cuenta del asesinato de 10 militares por parte de las Farc, mientras éstas estaban en tregua “unilateral” y el asesinato de una niña caucana al pisar una mina antipersonal sembrada por las Farc, en el Cauca, cerca de donde cometieron la masacre de los soldados, decidió reanudar los bombarderos y tomar la iniciativa militar, actividades que, graciosamente, había suspendido y disminuido a su mínima expresión, respectivamente, a cambio de nada. El resultado: la baja de veintiséis guerrilleros en el Cauca, cerca del lugar donde esta guerrilla había cometido el crimen de guerra.
La comandancia, en La Habana, reaccionó inmediatamente, suspendiendo la tregua “unilateral”, junto con la exigencia, que el gobierno estaba poniendo, de hecho, en práctica, de la tregua bilateral.
La realidad, es que las Farc nunca cumplieron con su autoproclamada tregua: en las estadísticas oficiales hay 180 acciones militares ejecutadas por ese grupo, con decenas de muertos y heridos. Los colombianos sabemos del sub registro que opera frente a los hechos violentos de los que son responsables las Farc en los últimos años. Si acaso recogen las acciones contra las Fuerzas Militares de las que nos hemos enterado, pero excluye el secuestro, la extorsión, el asesinato de civiles, la protección armada de la minería ilegal y de los narcocultivos y de sus rutas de exportación, el reclutamiento de menores y la siembra, nunca finalizada de minas, antipersonales, con la que acaban de asesinar a una niña del Cauca, a pesar de todo el espectáculo alrededor del desminado.
Y todos sabemos la razón: la famosa tregua “unilateral” lo que buscaba es inmovilizar a las Fuerzas Armadas para que los frentes guerrilleros pudieran moverse a placer para delinquir y crecer. Y mientras la farsa les fuese funcional tanto a la guerrilla como al gobierno, la consiga era continuar con el papelón. Pero el asesinato de los soldados y de la niña caucana fueron las gotas que llenaron el vaso de la paciencia de los colombianos y desató su indignación.
Aterrado, Santos tuvo que reversar la medida de suspender los bombarderos e impulsó una respuesta apropiada de los militares, para recobrar algo de la confianza de los colombianos. Pero se trata de una acción puntual que será inútil y hasta contraproducente, si no se desata una ofensiva militar prolongada contra esa guerrilla, que sólo entiende el lenguaje de la fuerza, si es que quiere retomar el control de la negociación.
Pero la conducta del presidente enseña que esto será poco probable, porque lo que hemos visto es una cadena de claudicaciones y balandronadas. Lo que habrá serán declaraciones a los medios, para la galería, pero más concesiones a las Farc en el secreto de la Mesa. Como quien dice, una burla más al pueblo colombiano. Esto será así porque Santos es consciente de que sin negociar un acuerdo, de su mandato no quedará nada. Y más todavía, si se tiene en cuenta que no está en capacidad ni en disposición de acompañar la ofensiva con una serie de posiciones que hagan valer a las víctimas, obliguen a las Farc a reconocerse como victimarios, les dejen en claro que no habrá impunidad, les impongan el abandono de las actividades de narcotráfico; y por supuesto, se les niegue toda posibilidad de sustituir nuestro estado de derecho, entre otras medidas.
Espero equivocarme en el pronóstico porque si esta rectificación no se pone en marcha, el gobierno ganará un respiro momentáneo, pero el ciclo nietzcheano del eterno retorno de lo mismo se cumplirá, porque las Farc superarán el chubasco y cometerán otra barbaridad contra el pueblo colombiano, y así, una y otra vez, como ha sucedido con esta amarga experiencia de la negociación santista, para imponerle a los colombianos su proyecto de narcosocialismo. Y el presidente y sus aliados serán los únicos responsables del desastre.