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Dos García Márquez

Las críticas sobre Gabo son muy típicas de los colombianos, de pronto por aquello de la envidia que señalaba el filósofo 'Cochise'.

 

No hay duda de que Gabriel García Márquez ha sido el colombiano más notable de todos los tiempos. Pero esa realidad encierra demasiadas paradojas que, acaso, resumen el costo mismo de ser el colombiano más universal. Por una parte, está el hecho de su matrimonio mal avenido con la política; y, por la otra, un divorcio con sus connacionales.

 

Sí, porque en un país donde casi nadie lee, tener un escritor importante, a pesar de que siempre hemos tenido muchos, vale huevo. No se puede apreciar el ingenio de Gabo sin haber leído muchas de sus novelas y haber quemado pestañas con un buen número de las más grandes obras de la literatura universal. Quizás es por eso que afloran las críticas extraliterarias: “que era amigo de Castro”, “que no dio de su fortuna ni para una escuelita” o “que no quería a Colombia”: es que no clasificamos ni para albergar sus cenizas.

 

También hay críticas sobre su escritura, por un supuesto estilo efectista y dado a las concesiones comerciales para vender libros: un autor de best sellers al que alguien bautizó como ‘García Marketing’. Y la verdad es que si todos sus libros fueran como el pesado, intrincado y magistral El otoño del patriarca, se habría muerto de hambre. Una soberbia obra que pocos genios son capaces de escribir y que muy pocos mortales son capaces de leer.

 

Las críticas sobre Gabo son muy típicas de los colombianos, de pronto por aquello de la envidia que señalaba el filósofo ‘Cochise’. Si alguien tiene plata, o se la robó o no se la merecía. Pero, como fuere, debería repartirla entre los pobres, que siguen viniendo con culo porque la mierda aún no vale nada. Aquí ser rico es un pecado y ser un rico tacaño, un crimen. Además, si alguien hace música, literatura o cine que gusten al gran público, no es más que basura comercial.

 

Al margen de lo anterior, no cabe duda de que los colombianos del común lo sentían distante. Él mismo dijo en una entrevista: “Me he negado a convertirme en un espectáculo, detesto la televisión, los congresos literarios, las conferencias y la vida intelectual”. Eso explica por qué, para un país que no lee, ese señor que se murió en México no es más que un mito intemporal del que de vez en cuando dan cuenta las noticias y las tareas escolares de los niños.

 

Pero está claro que Gabo tenía su Mr. Hyde. Mientras muchos intelectuales de su talla admitieron el error de militar en el comunismo y respaldar dictaduras como la de Castro, él fue fiel hasta el último día. Más le habría valido seguir el ejemplo de Octavio Paz, que a los 60 años se apartó del marxismo al leer el Archipiélago gulag, de Solzhenitsyn, dedicando el resto de su vida a enmendar su error.

 

No obstante, no puede decirse que su obra literaria sea ‘arte comprometido con la revolución’. No, lo suyo no es literatura procomunista sino literatura a secas, y en mayúsculas. Tampoco sobra mencionar que Gabo reconoció tempraneramente el fracaso del comunismo –en las crónicas 90 días en la Cortina de Hierro (1957)–, aunque habría que preguntarse si hubiera escrito lo mismo de haber conocido a Castro primero, pues su subordinación a esa satrapía siempre será su baldón y la Historia difícilmente podrá redimirlo.

 

Unos tienen talento, pero no disciplina. Otros tienen disciplina, pero carecen de talento. A Gabo, el escritor, le sobraron ambas cosas, el oficio y las ganas, junto a su imaginación macondiana. Y con ese me quedo. El otro Gabo, el que celebró a un tirano y se puso a su servicio, no es digno de aplausos. Pero es un enano moral que no puede opacar a un gigante.

 

Nota: No merecen ser elegidos quienes tienen por estrategia rehuir a los debates. Qué falta de respeto con la democracia.

 

FUENTE: El Tiempo