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El país, patas arriba…

Columnista: EDUARDO NATES LÓPEZ

Prefiero no acudir a documentos históricos y fechas precisas, para recordar en valor absoluto que en la década de 1990 y sobre todo antes del 2002 no podíamos, payaneses y caucanos, movilizarnos por las vías del departamento. Era una odisea ir a Cali, viaje que hace parte de nuestra rutina. Menos aún los caleños venir a Popayán; les daba pánico. Las “pescas milagrosas”, retenes ilegales, tomas guerrilleras a carreteras y poblaciones caucanas eran semanales. Ya casi estábamos resignados a esa condena. Tampoco en el resto del país era muy diferente la situación. La sensación de “país secuestrado por la guerrilla” era general. Lo decía la prensa internacional que hasta recomendaba a sus paisanos no venir a Colombia… Con más expectativas que certezas, en 2002 fue elegido Álvaro Uribe Vélez, presidente de la república. A los pocos días comenzaron a organizarse las caravanas de movilización, resguardadas por el ejército; al país comenzó a quitársele el miedo; poco a poco volvimos a ver el sol y el verde; fue germinando la esperanza y otra vez tuvimos ganas de producir y progresar. Había un señor con pantalones y convicciones en la Casa de Nariño, que se propuso recuperar la viabilidad de la patria y en ocho años, en 2010, entregó un país andando, optimista, productivo, con muchos ni problemas aún por solucionar (nunca se acabarán…) pero caminando por la ruta del progreso…



Terminado el segundo cuatrienio de Uribe, en 2010, había que elegir su reemplazo. Alguien que siguiera por la senda proyectada. Y creímos que ese sería Juan Manuel Santos. ¡Pero nos equivocamos! Sus intereses políticos que resultaron ser otros más cercanos a la izquierda internacional y sobre todo su egolatría, buscando a cualquier precio ser personaje mundial, lo llevaron a celebrar un “acuerdo de paz” con concesiones exageradas a una guerrilla poderosa que destruyó poblaciones, secuestro a miles de colombianos y extranjeros, que se enriqueció inmensamente con el narcotráfico; que durante más de 50 años azotó al país. Pero que su antecesor le entregó arrinconada. Hoy, gracias a Santos, que llegó hasta a modificar la Constitución Nacional para legalizar su entreguismo, los tenemos, unos en el Congreso de la República, redactando leyes; otros, de verdad, buscando reivindicarse ante la sociedad y otros retomaron su camino en la insurgencia con el apoyo de la izquierda internacional y bajo el amparo de los gobiernos compinches en nuestro vecindario y con una justicia propia porque estos forajidos la exigieron; De la Calle y compañía la concedieron; las cortes aceptaron calladitas que ellas no merecían confianza de las Farc (no han existido mejores negociadores que estos, ni más débiles ni ingenuos que los que mando Santos a la Habana).



 Por supuesto, una estructura gubernamental como esta, debía complementarse con elementos afines en las otras ramas del poder público y lo lograron, insertando fichas claves en la estructura judicial, al más alto nivel, como Barceló, Malo y Ricaurte; y fortaleciendo esta tendencia en el legislativo con fichas como Petro, Cepeda, Alexander López y otros más…



Quienes hemos recorrido la mitad del siglo pasado y llevamos casi veinte años de este, vemos con asombro hasta donde llegan las aberraciones en la lucha por el poder y la fuerza de la izquierda internacional, que tienen, por un lado, a un poco de muchachos que no habrán visto ni fotos de las tomas de las poblaciones destruidas ni vivido los dolores de los ataques guerrilleros, gritando frases aprendidas de memoria, tirando papas bombas y destruyendo las instituciones donde pretenden educarse; y por otro lado, al hombre que a comienzos de este siglo tuvo la valentía de enfrentar el avance de esa izquierda internacional, con decisión patriótica, jugándose la vida, a quien estamos rodeando los que creemos en Colombia y deseamos un futuro diferente al de Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia…



La conciencia serena, justa, despolitizada y futurista de una Corte Suprema de Justicia en pleno, en la queremos creer los colombianos, deberá tener la sabiduría para entender que está en sus manos la vida democrática de Colombia y deberá devolverle al país, limpio y libre a Álvaro Uribe Vélez, a quien jamás debió llamar a indagatoria por la absoluta atipicidad de sus conductas.