La masacre de Orlando y sus implicaciones políticas; los millones de refugiados en Europa; la terrible situación de Venezuela… ¿Y qué le espera a Colombia después de los acuerdos de La Habana?
Lo ocurrido en Orlando nos obliga a mirar la espantable realidad que domina el panorama de este siglo XXI. Bastó un ‘lobo solitario’, devoto del Estado Islámico, dispuesto a inmolarse para cobrar la vida de medio centenar de personas que celebraban al ritmo de reguetón, merengue y salsa un festival llamado orgullo gay. Algo similar había ocurrido en noviembre del año pasado en el teatro Bataclán y cinco lugares más de París. También Bruselas fue escenario en marzo de este año de dos atentados. Al grito de Allahu Akbar (Alá es grande), los fieles extremistas de Daesh buscan castigar a quienes no comparten su credo. Es decir, a toda la civilización de Occidente.
Se trata de algo que no esperábamos ver en estos tiempos: el regreso al más oscuro fundamentalismo que pone en la mira a todos aquellos que no comparten su interpretación del islam. Nada menos. No sobra decir que la masacre de Orlando puede tener un inquietante efecto en las elecciones presidenciales norteamericanas. Hillary Clinton tiene sobradas razones para exigir que no se vendan armas en las tiendas como si fueran camisas. Pero quien puede obtener mayores beneficios con lo sucedido es Donald Trump. Su radical propuesta de acabar con el terrorismo islámico y de cerrar la puerta a los musulmanes, vengan de donde vengan, atrae a una gran franja de americanos que ven con buenos ojos su oferta de liquidar por la vía armada al Estado Islámico, pase lo que pase. Con Trump, cualquier cosa puede ocurrir.
Otra dramática sorpresa que nos trae el siglo XXI es la masiva migración de millones de refugiados sirios a Europa. Este éxodo de hombres, mujeres y niños cobra dimensiones de una desgarradora tragedia humanitaria cuando Europa les cierra sus puertas.
Los inesperados vaivenes del mundo en que vivimos abarcan también la vida de Europa y América Latina. Me refiero a un fenómeno que apareció en este siglo en nuestro continente y que ahora amenaza la estabilidad de países como Francia y España: el descrédito de la clase política. Tradicionales partidos habituados a disputarse el poder entre ellos han perdido la sintonía con sus electores a cambio de riesgosas e inciertas alternativas. Parece increíble que en España un movimiento político inspirado y auspiciado por el chavismo aparezca como una atractiva opción para los electores.
Es el caso de Podemos y de su desaliñado líder, Pablo Iglesias, que terminó desplazando al PSOE como primer partido de izquierda. Por cierto, con cuatro millones de desempleados, España se encamina a unas nuevas elecciones sin que de ellas pueda surgir con claridad un nuevo gobierno.
El caso de Venezuela constituye una inédita y terrible página en la historia continental más reciente. Inspirado en el desastroso modelo castrista, el socialismo del siglo XXI produjo en el hermano país una profunda hecatombe política, económica y social. Ancianos, mujeres y niños padecen hambre y mueren por falta de medicinas. Y mientras Maduro se atornilla en el poder tomando el franco camino de una dictadura, Venezuela registra el mayor número de crímenes en el continente.
Y a todas estas, ¿qué le espera a Colombia? No hay que llorar sobre la leche derramada. Gústenos o no, el acuerdo en La Habana se va a firmar dejando a las Farc impunes, dueñas de vastas regiones con armas y el negocio del narcotráfico en sus manos. Santos, haciendo caso omiso de esta desastrosa realidad, se presentará al mundo entero como el gran apóstol de la paz. Pero como bien lo anota en su última columna Juan Lozano, los colombianos debemos prepararnos para las sangrientas arremetidas del Eln y las ‘bacrim’, el aumento de la inseguridad en las ciudades, el alza de los precios, toda suerte de nuevos impuestos, más ‘mermelada’ y más corrupción. Menudo mundo el que nos está dejando, también a nosotros, este siglo XXI.