Empezó el año 2017 y ya se siente en los hogares de clase media y en los más vulnerables, los efectos negativos de la reforma tributaria. Alimentos, artículos de aseo para el hogar, productos de higiene personal, vestuario, electrodomésticos, tecnología, entre otros, se perciben más costosos por el aumento del IVA, luego de haber tenido en el 2016 el peor crecimiento económico desde la crisis internacional del 2009.
Los comerciantes se preocupan porque las ventas en enero del 2017 frente al mismo mes del año anterior caen estrepitosamente. Las empresas han quedado desmotivadas porque los impuestos corporativos tienen tarifas poco competitivas y los consumidores sienten que se les ha pasado la cuenta del derroche.
El pensamiento económico del gobierno Santos es gastar, gastar y gastar, para gravar, gravar y gravar. Cada que aumenta el déficit fiscal, derivado de una chequera desaforada, se castiga a la sociedad con más cargas impositivas. Ese modelo es inviable, además de condenar al país a la informalidad y la peligrosa disuasión del ahorro y la inversión.
¿Podemos pensar distinto en materia tributaria? Claro que sí, y la evidencia histórica lo demuestra. En un libro JFK y la revolución de Reagan, escrito por Lawrence Kudlow y Brian Domitrovic, se puede apreciar cómo Kennedy y Reagan le apostaron a la reducción de tarifas tributarias para recuperar la economía estadounidense, fomentar la inversión y darle una gran esperanza a la iniciativa privada.
Kennedy, en 1960, con su genial equipo, conformado por Paul Samuelson, James Tobin, Robert Solow y Kermit Gordon, analizaron que las tarifas tributarias estaban asfixiando el espíritu empresarial y que había una agenda de gasto público que no estaba siendo efectiva para mejorar las condiciones de generación de empleo. Otra de las preocupaciones del destacado equipo tenía que ver con el tamaño del Estado y el gasto desbordado. Fue así como se ingeniaron recortes estructurales y se crearon mejores incentivos de desempeño.
Kennedy se aventuró a una reforma tributaria estructural, de la mano de su secretario del Tesoro, Douglas Dillon. El Presidente electo más joven en la historia de EE. UU., el 13 de agosto de 1962, en un discurso dijo: “nuestras tarifas tributarias son tan elevadas que debilitan la pura esencia del progreso de una sociedad libre, que es el retorno frente a la inversión”, y dio la pauta de lo que sería una reducción articulada de tarifas para empresas y personas naturales.
Las medidas de Kennedy, que incluyeron recortes y racionalización del gasto, abrieron la puerta para tener confianza en el consumo y la inversión. En la década de los 80, la misma receta fue empleada por Ronald Reagan y la economía norteamericana se recuperó luego de un tortuoso letargo.
¿Podemos en Colombia encontrar una alternativa al modelo de asfixia tributaria? Por supuesto. Tenemos que mejorar la focalización del gasto, reducir gastos innecesarios, combatir con efectividad la evasión tributaria y el contrabando, para bajar tarifas y dar incentivos a la inversión, el ahorro y la formalización. Ya es hora de hacer el cambio y no seguir esperando resultados distintos repitiendo los errores de siempre. Kennedy y Reagan lo hicieron.
Iván Duque Márquez
Senador
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