Escuchaba el candor de un periodista de una de las grandes cadenas preguntándole a la alcaldesa de Fundación si en su población había más buses como el que se incendió.
Más allá de pastores, conductores y propietarios irresponsables que no siempre tienen la culpa, nos sorprende que solo en las tragedias nos acordemos que hay otra Colombia.
Esa Colombia a la que van a parar todos los buses inservibles que les envían de las grandes ciudades. Esa Colombia en cuyas poblaciones ribereñas o costaneras salen a cada rato lanchas repletas de pasajeros, con demasiada frecuencia sin las mínimas medidas de seguridad.
Una Colombia donde cuatro en una moto o 20 en un campero son pocos, pero cuya vida depende de moverse así y que la gran urbe cuestionará cuando uno de esos vehículos ruede por un abismo hacia las aguas de un río que no importa cuál es su nombre.
Aquella en la que un seguro obligatorio o una licencia de conducción son papeles tan inútiles y poco requeridos como lo es un azadón en un edificio de la gran urbe.
Entonces, cuando ocurre un accidente tan lamentable como el de los niños de Fundación o naufraga una lancha atiborrada de pasajeros, el país de las oficinas, donde mandan plácidos funcionarios y trabajan candorosos periodistas, se exalta, lamenta y no comprende "cómo pudo suceder".
Y vienen los informes para ver "cómo es que viven esos compatriotas en semejante atraso" (acaso no han visto la infinidad de crónicas intentándonos mostrar qué es y cómo se vive en Fundación, que hacen ver a Colón como un pequeño boyscout).
Es esa otra Colombia, en donde los bosques se tumban como podando un parque de la gran ciudad y en la que el resto del país exclama ohhhh cuando los ambientalistas revelan la tasa de deforestación.
Esa Colombia en donde los niños mueren de inanición, la salud solo es una estadística y las historias de sufrimientos, luchas y alegrías no traspasan las fronteras veredales hasta que la muerte recoge en un golpe una o dos decenas.
Medios de comunicación y ciertos políticos o dirigentes de la Colombia citadina salen en cada una de esas tragedias a pedir cabezas por situaciones que nunca les habían interesado y que, peor, con demasiada frecuencia han tolerado y bendecido.
Hasta la próxima tragedia.
Maullido: uno de los buenos adelantos del Valle de Aburrá ha sido el sistema de alertas tempranas del Siata.