Haber negado la convocatoria para la reunión de consulta de los cancilleres de los países miembros de la Organización de los Estados Americanos (OEA), fue un fracaso para Colombia y para toda la región.
Esa decisión del consejo permanente, absurda desde todo punto de vista, tiene que dar lugar a decisiones de política exterior en nuestro país, con el fin de liderar un cambio institucional interamericano.
Por lo pronto, el cuento, porque no era más que palabrería electorera, de que al final de la administración del expresidente Álvaro Uribe nuestra nación estaba aislada, quedó al desnudo.
Sin embargo, al margen de lo anterior, lo fundamental es pensar cuál va a ser la posición de Colombia frente a las instituciones que hoy existen, y qué conviene hacer con ellas. Dicha reflexión debe partir de que nuestro continente, que, como cualquier otro, necesita una arquitectura fuerte.
Por lo tanto, debemos preguntarnos si la que existe en la actualidad obedece al principio básico de que, para ser exitosas, las organizaciones regionales no pueden obedecer a intereses políticos coyunturales de los Estados que las conforman.
Es evidente que en los últimos años ese fundamento conceptual no ha prevalecido en América del Sur.
Todo lo contrario, un grupo de países se dio a la tarea de debilitar a la OEA, una organización que hunde sus raíces en el nacimiento de las naciones que decidieron crearla, y que, en medio de dificultades, de éxitos y de fracaso, poco a poco fue avanzando en distintos aspectos propios de la democracia, los valores y el desarrollo.
En una etapa histórica desafortunada, coincidieron el sueño de liderazgo global de un país de nuestro vecindario y el proyecto político continental de implantar en esta zona del mundo lo que se bautizó como ‘socialismo siglo XXI’.
El mesianismo llegó a tal extremo que uno de los inspiradores de Unasur propuso la creación de la organización del tratado del Atlántico sur, con el delirante propósito de presentarle a la humanidad una fuerza armada que concebía como similar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan).
Hoy, la dura realidad está despertando a Brasil, y a nadie se le ocurriría pensar que las pretensiones políticas que tenía Chávez, poseen el encanto para apoderarse del pensamiento político hemisférico.
La verdad es que no había ninguna razón valedera que justificara la creación de Unasur. Para tratar los temas que se mencionan en su Carta ya existía la OEA, para dialogar sin la presencia de Estados Unidos, se tenía al Grupo de Río, y para hablar de defensa y seguridad era suficiente la Comisión de Seguridad Hemisférica.
Sin embargo, se decidió fundarla sobre la base de la fractura ideológica en el continente y con el objetivo, que no es estatutario, desde luego, pero es real, de profundizarla.
Como lo que le conviene al hemisferio es tener una institución fuerte y creíble, el primer paso que debe dar Colombia es retirarse de Unasur.