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No es hora de triunfalismos

El hecho es que la segunda vuelta, para ninguno de los candidatos, es un asunto de sumas y restas. Zuluaga depende de incrementar el voto de opinión. Santos, por su parte, tiene a su haber los recursos del Estado, las maquinarias de los partidos de la mermelada nacional, el favor de los medios endulzados y el sofisma de la guerra sin fin.

 

Óscar Iván Zuluaga ganó la primera vuelta de la elección presidencial. Lo preveían las encuestas, que también lo señalaban como vencedor en el escenario de la segunda vuelta, incluso con mayor ventaja. La encuesta que más se acercó a los resultados del 25 de mayo, la de Invamer-Gallup, tenía como vencedor de la primera vuelta a Zuluaga con 29,3%, que es, a la sazón, el guarismo que obtuvo, mientras que para Santos señalaba el 29% y solo llegó al 25,6%.

 

Para la segunda vuelta, esa firma encuestadora le dio 42% a Óscar Iván Zuluaga y apenas 35% a Santos, por lo que se podría pensar que el asunto está cocinado. Sin embargo, hay que poner los pies en la tierra y entender que más que el segundo tiempo de un partido que va ganando el Centro Democrático por la ‘mínima diferencia’, como se dice en el argot futbolístico, lo que se viene es un partido aparte en el que ambos contendores parten de cero.

 

Por supuesto, la segunda vuelta no es un asunto de aritmética que se reduce a la suma de apoyos. No. La cosa no es tan simple como la trataron de caracterizar algunas mentes calenturientas desde el momento mismo en que se conocieron los resultados, cuando olímpicamente sumaron los votos de Santos con los de Clara López y Peñalosa para concluir que eran más que los de Zuluaga y Martha Lucía Ramírez sumados, concluyendo que el ganador sería Santos. Como quien dice, para qué gastarse tanta plata en una segunda vuelta si el resultado es ‘evidente’.

 

No sobra decir que los votos sumados provienen de la clasificación maniquea en la que Santos ha dividido a Colombia: los “amigos de la paz” son los que votaron por candidatos que se manifestaron a favor de la farsa de La Habana, mientras que los “enemigos” son los que votaron por quienes se han manifestado en contra de ese proceso. Luego, dan por hecho que es cuestión de agrupar y sumar siguiendo las instrucciones elementales de la cartilla de Nacho calcula.

 

Pero, obviamente, eso no funciona así; la mayoría de quienes votaron por otras opciones decidirán por su propia cuenta a quién le darán su voto, o si votarán en blanco o se abstendrán. Además, debemos esperar menos abstención en la segunda vuelta, no solo porque dado su carácter definitorio movilizará a muchos que se abstuvieron de votar en primera al ver que sería virtualmente imposible que un candidato alcanzara la mitad de los votos sino, también, porque está claro que las maquinarias enmermeladas del santismo no funcionaron en primera y el Gobierno no se va a dar esa pela otra vez. La compra de votos hará palidecer la venta de laminitas de Panini en regiones como la Costa Atlántica, aumentando notoriamente la votación de Santos.

 

De hecho, la desesperación de las altas esferas de este gobierno y sus áulicos es tanta que hasta quienes creemos en la figura de la reelección estamos comenzando a considerar que, realmente, es mejor eliminarla.

 

Lo que se está viendo es bochornoso: un Presidente que en medio de su impotencia pone a hacer campaña a cuanto funcionario cree en capacidad de convencer a dos o tres incautos, como Gina Parody, David Luna y Rafael Pardo. O, peor aún, a funcionarios del alcalde Petro que nos quieren hacer creer que renuncian a sus cargos y se unen a la campaña santista por voluntad propia y no por orden de Petro ni por solicitud de Juan Manuel, lo cual es ya una demostración palpable de que  cunde un gran desespero tanto en la Casa de Nariño como en La Habana.

 

Y queda claro que las cuentas no le van a salir fácil al santismo luego de que la gente de Peñalosa quedó en libertad de tomar su decisión por cuenta propia y que el Polo Democrático decidió hacer lo mismo con los dos millones de electores que votaron por Clara López. Sin embargo, cabe anotar que si bien no deja de ser significativo que muchos de los principales líderes de la izquierda, como Jorge Enrique Robledo, se resistan a acompañar al candidato-presidente, no se puede pasar por alto que casi todo ese sector ideológico cerró filas para echarle un salvavidas a Santos y evitar el naufragio de las Farc. Ahí están el partido de Petro, Progresistas, además de la Unión Patriótica y la Marcha Patriótica, tan cercanos ambos a las Farc.

 

El hecho es que la segunda vuelta, para ninguno de los candidatos, es un asunto de sumas y restas. Zuluaga depende de incrementar el voto de opinión. Santos, por su parte, tiene a su haber los recursos del Estado, las maquinarias de los partidos de la mermelada nacional, el favor de los medios endulzados y el sofisma de la guerra sin fin. Asimismo, puede acudir a un golpe de opinión firmando con las Farc cualquier papel en las vísperas del 15 o a la maquinación de un fraude electoral. Aún así, hasta el más humilde de los colombianos sospecha que un acuerdo ventajoso para las Farc es pésimo para el país, de ahí que la gran mayoría rechace la reelección de quien lo impulsa. Empero, Santos es de los que no paran mientes para alcanzar su cometido, por lo que habrá que esperar hasta que caiga la noche del 15 de junio para lanzar campanas al vuelo. Solo entonces sabremos si se salvó Colombia.