Los amigos de la claudicación temen perder el plebiscito a pesar de todas las descaradas garantías con que lo han blindado.
Sobran evidencias de que miembros de las Farc están cambiando de brazalete, como ese ataque que el Eln perpetró hace unos días en Vichada, donde hasta hace poco no existía. Y de que mantienen las extorsiones en muchas zonas del país, aunque sus cabecillas pregonen que ordenaron su cese. Igualmente, se sabía de tiempo atrás que los frentes cocaleros lo pensarían muchas veces antes de abandonar su próspero negocio: el primero se declaró ya en disidencia –ni entregan armas ni se desmovilizan–, y se habla de otros que seguirán el mismo rumbo, como el séptimo, el 16 (Vichada), el 44 (Meta y Guaviare), el 57 (frontera con Panamá) y la columna móvil ‘Daniel Aldana’ (Nariño).
El procurador Ordóñez denunció en días pasados que las milicias de las Farc tampoco se van a desmovilizar, pues no están “cobijados en lo acordado”, en tanto que la desmovilización de las estructuras armadas no va a suponer una reinserción tranquila a la vida nacional.
Justamente, mientras el himno de las Farc retumbaba en el Congreso, en algún lugar de las montañas de Colombia –hoy ahítas de coca–, alias Walter Mendoza les explicaba a sus hombres en qué consiste el mal llamado acuerdo de paz: “(…) las zonas francas de paz son coestados, cogobierno, un Estado dentro de otro Estado, pequeños Estados revolucionarios, socialistas, dentro de un Estado capitalista. Tenemos que demostrarles al mundo y al pueblo colombiano que ese modelo que nosotros vamos a implementar en esas zonas es mejor que el modelo de ellos (…). Tenemos que prepararnos es para gobernar, para ser gobierno, (…) y las armas las vamos a tener hasta que no se cumpla lo pactado”. El video es viral: youtu.be/4pMxW8vaZ5k.
El presidente Santos dijo que con la paz se iban a desmovilizar 17.500 miembros de las Farc, pero las cosas parecen tomar un rumbo muy distinto. Disidencias, milicianos y un territorio balcanizado, repleto de enclaves socialistas con gente armada, no es la visión idílica que los colombianos tenemos de la paz; más parece la combinación de las formas de lucha para tomarse el poder.
Y en la palabra de Santos es difícil confiar. Hace un año le negó a Claudia Gurisatti que las Farc fueran a tener curules regaladas: “(…) existe esa desinformación, que hay unas circunscripciones que se las vamos a dar a dedo a las Farc, eso no es cierto” (youtu.be/q69EjB21A08). Hoy están en el dilema de cuántas les van a dar y por cuántos periodos. Incluso, con aplicación inmediata: las ocuparían desde el momento mismo de la firma.
Cómo será que hasta el exfiscal (de bolsillo) Eduardo Montealegre se siente traicionado por Santos, aunque no dice en qué le quedaron mal y mucho menos a cambio de qué (¿el hacker?, ¿la persecución al uribismo?, ¿el apoyo al proceso de La Habana?). Claro que su pataleta no implica cambio alguno en sus convicciones. Le pidió a la Corte Constitucional que establezca que en el plebiscito no hay fuerza vinculante, “que si se llega a perder, esto no modifica los acuerdos de La Habana” (youtu.be/_-AauNMn5Wo).
Los amigos de la claudicación temen perder el plebiscito a pesar de todas las descaradas garantías con que lo han blindado. El 'brexit' les puso los pelos de punta. Pero no tienen pierde mientras le vendan al electorado la idea de que van a votar por una política (la paz) y no por un sistema jurídico (los acuerdos). En esa distinción tiene razón Montealegre. La gente irá a las urnas pensando en el fin y no en los medios porque hay pocos desocupados que les metan diente a esas 200 farragosas páginas plagadas de barbaridades que inclinarían la balanza por el no. De ahí que el voto informado sea una quimera; será un acto de ciegos que anhelan ver la luz.